Antonio García García
Durante décadas, el movimiento magisterial en Michoacán ha sido uno de los pilares de la lucha social en México. Con una historia marcada por la resistencia, la movilización y la defensa de los derechos laborales y educativos, el magisterio michoacano ha sido protagonista de jornadas emblemáticas. Sin embargo, en los últimos años, una constante amenaza ha socavado su fuerza, primero la división del movimiento y ahora la traición de líderes sindicales de todas las expresiones, quienes han priorizado intereses personales por encima de las necesidades del colectivo docente.
Pese a ello, hoy se gesta una nueva etapa. Desde las bases —es decir, desde los propios trabajadores de la educación que todos los días enfrentan las carencias en las aulas, la precarización laboral y la burocracia institucional—, surge un esfuerzo por reorganizarse en unidad. Ya no se espera que los dirigentes encabecen con claridad ni honestidad las demandas; ahora, son las bases quienes toman la palabra, retoman la organización y buscan reconstruir un movimiento verdaderamente representativo.
Este proceso no ha sido sencillo. Las estructuras sindicales tradicionales, divididas en múltiples corrientes, han sembrado desconfianza y fragmentación. A esto se suma la intervención de los gobiernos, tanto federal como estatal, que han apostado por negociar con líderes desgastados antes que con las comunidades escolares vivas y activas. Pero la inconformidad ha llegado a un punto de madurez: los docentes reconocen que la unidad no se construye desde arriba, sino desde abajo, desde las coincidencias mínimas y las necesidades compartidas.
Hoy, la reorganización magisterial en Michoacán se sostiene en la conciencia crítica de miles de maestras y maestros que, pese al descrédito de sus dirigencias, siguen creyendo en la lucha colectiva. Se realizan asambleas autónomas, se retoman los debates pedagógicos, se fortalecen las redes entre regiones y se exige una rendición de cuentas que antes era ignorada. No se trata de negar la historia del sindicalismo magisterial, sino de rescatar su esencia: la defensa de la educación pública, gratuita y de calidad, así como de los derechos laborales de quienes la sostienen.
La reorganización de las bases no es sólo una esperanza, es una necesidad histórica. Si el magisterio quiere recuperar su dignidad, su fuerza y su legitimidad ante la sociedad, debe hacerlo sin caudillos, sin simulaciones, sin depender de pactos cupulares. La unidad es posible, pero debe construirse desde la pluralidad, el respeto y la democracia interna.
Michoacán tiene una nueva oportunidad de liderar un proceso transformador. No desde los nombres de siempre, sino desde las aulas, desde los barrios, desde los verdaderos protagonistas del cambio: las y los maestros de base.